Todos los días son iguales. Te levantas y lo primero que piensas es por qué. Por qué te toca vivir un día más. Intentas armarte de valor y levantarte con la intención de salir de casa. Tras un rato discutiendo contigo mismo, consigues levantarte de la cama, te das una ducha te vistes, desayunas y dices: ya está, hoy sí salgo de casa y me voy. Justo en el momento en el que vas a salir por la puerta tu cabeza te para y te dice: ¿Dónde vas? A la calle, dices tú. Ni se te ocurra, responde tu cabeza, como lo hagas voy a estar puteándote todo el día.
En ese momento le haces caso, pero el problema es que tu cabeza tenía pensado putearte desde el primer momento. Ya no es sólo que no vayas a salir de casa, es que desde ese momento todo es: eres un inútil, no sirves para nada, sólo mereces morir, dejar todo y a todos, total, nadie lo va a notar.
Intentas luchar contra esos pensamientos pero lo único que ocurre es que te hundes más y más. Quieres buscar un objetivo para vivir, quieres encontrar alguna actividad que quieras hacer, aunque sea en casa, pero tu cabeza no responde.
Estás de baja, y no puedes trabajar. Quieres volver a trabajar, pero sabes que si lo haces no va a mejorar, al contrario, vas a empeorar: más estrés, más ansiedad, más ganas de morir.
Al cabo de un rato de moverte como un zombi por casa, te fijas en los cuchillos. No es la primera vez. Aunque te has duchado hace un momento, tu cabeza decide que ella toma las riendas. Te desnudas, te metes en la ducha, dejas correr el agua y, lo más importante, llevas el cuchillo en la mano.
Te pasas un rato llorando, intentando usar el cuchillo, pero no tienes valor, no sé si es que hay algo dentro de la cabeza más fuerte que la puta depresión o que simplemente eres un cobarde.
Al final desistes, y vuelves a llorar porque ni puedes matarte ni puedes vivir. ¿Qué narices hago aquí?
Sí, estás en tratamiento psicológico, estás en tratamiento psiquiátrico con varias pastillas al día, pero parece que ninguna hace efecto. Quieres hablar pero cuando le escribes a tus amigos para intentar quedar y salir. Su respuesta: Yo soy muy malo animando, pero ánimo. Y ahí se queda todo. Estás solo. Sin tus amigos. Pasan los días y esperas que alguno, al menos uno, te pregunte ¿qué tal estás? ¿cómo sigues?. Nada.
Te acuerdas que existe el teléfono de la esperanza, llamas, hay alguien que te escucha, alguien que te entiende, aunque sólo sea a nivel psicológico. Por un momento te encuentras un poco mejor y piensas que así vas a aguantar hasta la próxima sesión con la psicóloga o el psiquiatra, pero te has olvidado que el trabajo es más importante que la salud. Al rato tu jefe, ignora que estás de baja, que es ilegal pedir trabajo cuando estás de baja, pero le da igual. A pesar de que te piden cosas que pueden hacer otros, porque tienen la misma información que tú, las tienes que hacer tú.
Ni siquiera te dan ganas de esperar a volver a ir a la psicóloga. Piensas que tienes un montón de pastillas de ansiolíticos, antidepresivos, medicamentos para dormir y que el supermercado está abierto, así que puedes comprar alcohol. Traguito de alcohol, un ansiolítico, traguito de alcohol un antidepresivo, traguito de alcohol una pastilla para dormir y así hasta terminar con todas las pastillas, que se pare el corazón o que colapse algún órgano, lo que llegue antes.
Eso que hay en la cabeza más fuerte que la depresión te vuelve a parar, pero ya no tienes fuerza. Tu único pensamiento es meterte en la cama y desear no volver a despertarte. Te duermes, pero cuando te despiertas vuelves al principio de la página.
No sé cuando va a terminar esto. No sé si va a terminar. Ni siquiera sé cómo va a terminar. Sigo pensando que me queda poco aquí, intento luchar, pero cada día me queda menos fuerza.
Y no, esto no es una historia inventada. Es mi puto día a día.